El cambio climático está transformando de manera visible y profunda los ecosistemas marinos, afectando especialmente a los peces y a las comunidades que dependen de ellos. La alteración de las temperaturas, el aumento de la acidez y los cambios en la luz bajo el agua son solo algunos de los factores que están generando una nueva realidad en los océanos y mares.
Más allá de los titulares, los estudios recientes evidencian que las consecuencias ya son tangibles en nuestras costas y en áreas oceánicas remotas. Desde la llegada de nuevas especies a zonas donde solo habitaban peces autóctonos, hasta la reducción de hábitats esenciales, el impacto se traduce en riesgos para la biodiversidad, la pesca tradicional y la estabilidad de los ecosistemas marinos.
Oscurecimiento de las aguas: menos luz, más competencia
Investigaciones internacionales han demostrado que la profundidad a la que penetra la luz en los océanos ha disminuido notablemente en las últimas décadas. Esto se debe a una mayor atenuación de la luz submarina, detectada por satélites de observación, lo que provoca que la capa luminosa o fótica –donde se desarrolla la mayor parte de la vida marina– se haya hecho más estrecha en extensas zonas del planeta.
En áreas tan extensas como el tamaño del continente africano, la luz llega ahora a capas mucho menos profundas, reduciendo el hábitat disponible para peces y para organismos que dependen de la fotosíntesis, como el fitoplancton. Esto supone que los animales que necesitan luz para sobrevivir se ven obligados a concentrarse en zonas superiores del mar, donde la competencia por el alimento y el espacio aumenta considerablemente, y el riesgo de depredación es también mayor.
Además, este fenómeno del oscurecimiento está vinculado al calentamiento global y a la proliferación de fitoplancton, así como a cambios en la circulación oceánica. La situación es especialmente grave en regiones como el Ártico, el Antártico y determinados mares abiertos, donde el ritmo de cambio supera muchas veces el margen de variabilidad natural conocido hasta ahora.
Cambios en la distribución de especies: tropicalización y desplazamientos
El aumento de la temperatura media del agua ha impulsado la llegada de especies de peces tropicales a zonas donde hace apenas unas décadas era impensable encontrarlas. Es el caso documentado en el sur de España, donde científicos han registrado la aparición de al menos 23 nuevas especies en el mar de Alborán y el Estrecho de Gibraltar. Este proceso, conocido como «tropicalización», está reconfigurando las comunidades marinas y alterando los equilibrios biológicos.
Estos cambios no solo se dan en el Mediterráneo, sino también en regiones como el mar del Norte y el mar Báltico, donde se observa un claro descenso de especies adaptadas a aguas frías, como el bacalao, y un aumento de aquellas que prosperan en aguas más cálidas, como la lubina. Además, la introducción de especies exóticas, sumada a factores como la presión pesquera y el tráfico marítimo, acentúa la transformación de los ecosistemas.
El desplazamiento de peces autóctonos por especies foráneas puede romper las redes tróficas y amenazar la biodiversidad local. Por ejemplo, el aumento de la competencia por el alimento y la modificación de las rutas migratorias pueden dejar a algunas especies en situación crítica.
La importancia del zooplancton y de la cadena alimentaria
En el contexto de estos constantes cambios, el papel del zooplancton es más relevante que nunca. Estos diminutos organismos, muchas veces invisibles a simple vista, son el pilar fundamental de la cadena trófica marina, alimentando a peces, corales y grandes mamíferos marinos. Diversos estudios subrayan que la salud y abundancia del zooplancton determinan la estabilidad de las pesquerías y la productividad de los océanos.
Herramientas de vigilancia y gestión: monitorización y ciencia colaborativa
Para hacer frente a este panorama cambiante, el desarrollo y uso de tecnologías de monitorización avanzada están resultando imprescindibles. Ejemplos como la instalación de boyas oceanográficas en la Bahía de Cádiz permiten obtener datos en tiempo real sobre parámetros cruciales: temperatura, oxígeno, pH o niveles de clorofila. Estos datos son clave para anticipar eventos extremos y gestionar mejor la pesca y la conservación de hábitats.
Además, la colaboración entre científicos y pescadores en proyectos de marcaje electrónico de especies migratorias, como el atún rojo, posibilita rastrear sus patrones de migración y analizar cómo el cambio climático modifica sus comportamientos y rutas. Este enfoque, que une ciencia y participación ciudadana, facilita una gestión más eficiente y sostenible de los recursos pesqueros.
El avance en la obtención de datos ambientales desde diferentes escalas está permitiendo a administraciones, científicos y sector pesquero tomar decisiones más informadas ante riesgos como la pérdida de biodiversidad y la presión sobre recursos marinos.
Los efectos del cambio climático en los océanos y en los peces ya son evidentes y continúan profundizándose. La pérdida de hábitats, la alteración de las cadenas alimentarias y la llegada de especies nuevas que amenazan las comunidades tradicionales son algunos de los desafíos que afrontamos. La monitorización continua, la colaboración científica y la protección del zooplancton resultan esenciales para mitigar estos impactos y promover una gestión sostenible que preserve la biodiversidad y las actividades pesqueras.